Debate filosófico sobre lo virtual

JAVIER ECHEVERRÍA 16.10.2019

Las tecnologías de realidad virtual son recientes y están en pleno desarrollo. Todavía no se han difundido entre los ciudadanos, ante todo porque sus equipamientos son muy caros. Es previsible que durante las próximas décadas se vayan abaratando, lo que permitiría un incremento considerable del número de usuarios. Ello traerá consigo grandes innovaciones, motivo por el cual conviene ser cauteloso a la hora de reflexionar sobre este tipo de tecnologías. 

Sin embargo, algunos filósofos se han dedicado a especular sobre el concepto de virtualidad, hasta el punto de considerarlo como una clave fundamental para interpretar los cambios suscitados por las nuevas tecnologías de la información. Nuestro planteamiento es opuesto a esas extrapolaciones, porque pensamos que las tecnologías de realidad virtual generan un tipo específico de representaciones electrónicas y digitales, algunas de las cuales pueden ser transmitidas por redes telemáticas y otras no. El concepto relevante es el de representación, no el de virtualidad, por ser el primero mucho más general que el segundo. En este epílogo comentaremos las propuestas de filósofos como Lévy y Queau con el fin de constrastarlas con las que estamos proponiendo en este libro y situar la reflexión filosófica sobre la realidad virtual en un marco conceptual adecuado. La alegoría platónica de la caverna resulta idónea para ello. 

Según Pierre Lévy, estamos asistiendo a una auténtica mutación en el proceso de hominización y «la virtualización constituye la esencia o el punto preciso de la mutación en curso».1 Para él, «lo virtual, en un sentido estricto, tiene poca afinidad con lo falso, lo ilusorio o lo imaginario; lo virtual no es, en modo alguno, lo opuesto a lo real, sino una forma de ser fecunda y potente que favorece los procesos de creación, abre horizontes, cava pozos llenos de sentido bajo la superficialidad de la presencia física inmediata».2 Partiendo de los estudios sobre lo virtual llevados a cabo por otros filósofos franceses, como Gilles Deleuze y Michel Serres, Lévy establece una distinción entre realidad, posibilidad, actualidad y virtualidad que merece ser comentada. nuestra pretensión es criticar esa concepción filosófica, por eso expondremos brevemente las tesis de Lévy. 

Lévy parte de la distinción entre posible y virtual establecida por Deleuze en su Diferencia y Repetición.3 Es una distinción de raigambre aristotélica, según la cual lo virtual no se opone a lo real, sino a lo actual. En cambio, lo posible sí se opone a lo real, porque le falta la existencia para convertirse en real. lo virtual es real, pero no es actual. Toda entidad lleva y produce sus virtualidades, pero no solo eso, sino que lo virtual es constitutivo de las entidades, porque reúne «las virtualidades inherentes a un ser, su problemática, el vínculo de tensiones, presiones y proyectos que las animan, así como las cuestiones que las animan».4 Cabe interpretar, por tanto, que para Lévy lo real es una entidad estática, mientras que la virtualidad incluye todo cuanto es dinámico, intencional y dialéctico. Partiendo de estas tesis, la noción de virtualidad deviene omnicomprensiva y no resulta extraño que lévy encuentre virtualidades por doquier. 

Por supuesto, está en su derecho de proponer ese concepto de virtualidad. El problema estriba en que dicha noción poco tiene que ver con las tecnologías concretas de realidad virtual que se han desarrollado en la segunda mitad del siglo XX. coherentemente con las tesis de lévy, podríamos decir que cualquier tendencia o proyecto es virtual, como también lo sería el deseo, la búsqueda, la aventura o, por poner ejemplos muy distintos, los campos magnéticos y gravitatorios. casi todo en la naturaleza, las personas y las sociedades, serían virtualidades, precisamente por haber asumido una noción estática de ser y de realidad. si alguien quiere expresar o comunicar algo, estaríamos en el ámbito de lo virtual, porque eso que se quiere expresar todavía no es real, sino intencional. El tiempo sería virtualidad pura. Incluso el espacio, en la medida en que fuera concebido al modo leibniziano, es decir como un ámbito relacional, dinámico y procesual, también quedaría englobado en la nueva categoría de virtualidad, como cualquier devenir en general. la propuesta de lévy instauraría la categoría de virtualidad como un género supremo, que llegaría a generar todo lo que es, pues no en vano «lo virtual constituye la entidad»5 y «la virtualización es uno de los principales vectores de la creación de realidad».6 Si nos referimos a los ejemplos que hemos puesto hasta ahora, Dulcinea sería pura virtualidad para Don Quijote. El entendimiento del Dios leibniziano sería, asimismo, el compendio de toda virtualidad. 

Puesto a ejemplificar su tesis metafísica, Lévy no duda en afirmar que «el texto es un objeto virtual»7 que se actualiza en sus diversas versiones, traducciones, ediciones, ejemplares y copias. consiguientemente, todo el ciberespacio es virtualidad, como lo son las bibliotecas, las cuentas bancarias y los registros de la propiedad. aunque Lévy no se ocupa de la cuestión, según esta definición también las leyes serían pura virtualidad, como en general las normas, los imperativos y los enunciados performativos. Partiendo de esa concepción, su interpretación del mundo tecnológico no puede ser más desaforada. según él, gracias a las nuevas tecnologías existe un hipercuerpo de la humanidad, híbrido y mundializado. nuestros cuerpos individuales son simples receptores del tecnocuerpo posibilitado por las redes digitales del planeta: «una sangre desterritorializada fluye de cuerpo en cuerpo a través de una enorme red internacional en la que ya no es posible distinguir los componentes económicos, tecnológicos y médicos».8 También lo dice de otra manera, no menos alocada: «mi cuerpo personal es la actualización temporal de un enorme hipercuerpo híbrido, social y tecnobiológico».Con afirmaciones así, no resulta extraño que la filosofía quede completamente desacreditada ante cualquier persona con sentido común que intente ganarse la vida como teletrabajador en el ciberespacio, o vender sus productos a través de una teletienda electrónica. 

No perderemos el tiempo comentando estos delirios especulativos, pero sí nos interesa criticar sus tesis básicas y, sobre todo, el método filosófico que lleva a afirmar tamañas insensateces. 

Lo primero que hay que negar es la oposición entre virtualización y actualización. Las tecnologías de la información y la comunicación tienen aplicaciones perfectamente actualizadas (infoguerra, investigación científica, marketing, etc.), sin perjuicio de que sean mejorables y puedan generar nuevas modalidades de actualización en las próximas décadas. las sensaciones que un usuario experimenta al ponerse los cascos estereoscópicos o los guantes de datos son perfectamente actuales. Además tienen efectos reales sobre las personas que los usan. Por tanto, las dos oposiciones propuestas por Lévy para reflexionar sobre las tecnologías virtuales (real-posible, virtual-actual) resultan inadecuadas para un análisis filosófico. No hay que olvidar que las tecnologías virtuales son minuciosamente diseñadas para que produzcan tales y cuales efectos, no otros. Los artefactos tecnológicos no son entidades virtuales, sino reales. La filosofía de la tecnología que subyace al pensamiento de Lévy es claramente criticable. 

En segundo lugar, hay que oponerse a su método de reflexión filosófica, y no solo a sus propuestas. En lugar de interesarse por los desarrollos tecnológicos, Lévy prefiere recurrir a algunas autoridades filosóficas para aquilatar su concepto de virtualidad. Dando por supuesto que el término «virtual» significa lo mismo en las obras de Aristóteles, Leibniz, Deleuze, Serres, etc. que en los sistemas tecnológicos de realidad virtual, Lévy proyecta dicho significado sobre las innovaciones tecnológicas, distorsionando por completo la noción tecnocientífica de virtualidad. En el fondo, Lévy parece creer que el «verdadero» significado de las palabras radica en sus orígenes etimológicos o en los diccionarios de autoridades. Contrariamente a él, nosotros pensamos que los cambios científicos y tecnológicos suscitan cambios conceptuales, motivo por el cual hay que reflexionar primero sobre las innovaciones tecnocientíficas tal y como estas tienen lugar. Solo después cabe proponer los conceptos filosóficos que resulten más adecuados para interpretar esas innovaciones, insertándolas en un marco conceptual coherente. 

Pasemos a comentar algunos pasajes de otro de los filósofos que se ha ocupado de la realidad virtual, Philippe Quéau. Se trata de un autor mucho más ponderado, que apunta tesis sugestivas, y que en su reflexión está muy atento al avance de las tecnologías de realidad infovirtual o tecnovirtual. Quéau tiene claro que lo virtual es un nuevo sistema de representación, o si se quiere un nuevo tipo de escritura, pero en lugar de meter lo virtual en un cajón de sastre, se preocupa por señalar las diferencias entre las representaciones virtuales y las representaciones escritas e icónicas. a su juicio son cuatro: 

La universalidad del código base (lo numérico), el enlace operatorio entre la imagen y los lenguajes formales, la calculabilidad y la capacidad de simulación y visualización concreta de modelos abstractos.9 

Estas cuatro notas diferenciales son pertinentes a la hora de analizar las tecnologías de realidad infovirtual, como también sus propuestas sobre la función social de dichas tecnologías: 

Lo virtual permite proponer nuevas interfaces de comunicación entre los seres humanos […] la televirtualidad permite que varias personas compartan a distancia un «lugar» virtual, efectuando en él virtualmente trabajos colectivos (groupware). cada participante está representado por un «clon», lo que implica dos ventajas muy importantes en comparación con las videoconferencias: una banda estrecha para las conexiones de telecomunicaciones y una interactividad total, que per- mite incluso llegar a ocupar el «punto de vista» de los interlocutores.10 

Todas estas observaciones y comentarios son atinados y, aunque podríamos matizarlos en algunos puntos, no tienen comparación con los pasajes de lévy anteriormente criticados. En lugar de tener como referente a los clásicos de la filosofía o a los colegas más famosos de su generación, como hacía Lévy, Quéau tiene como referente los desarrollos tecnológicos mismos. Con el fin de analizarlos, propone distinciones, sugiere conceptos, introduce neologismos y, sobre todo, se interesa por las consecuencias que las tecnologías de realidad infovirtual tienen sobre la sociedad contemporánea. Cabría decir que sus tesis, criticables o no, responden al método que suele seguirse internacionalmente en los estudios de ciencia, Tecnología y sociedad. Ello no le impide a Quéau intervenir como filósofo, por ejemplo a la hora de proponer su propia definición de virtualidad, como contrapunto a un pasaje de Platón: 

En la República (X, 601), Platón dice que hay tres tipos de arte: el arte que se sirve de las cosas, el arte que las fabrica y el arte que las imita. Esta hermosa distinción no es fácil de aplicar al caso de lo virtual. En efecto, lo virtual tiende a confundir y fusionar esas tres artes: podría ser definido como «el arte que fabrica imitaciones de las que nos podemos servir».11 

La mención a Platón es oportuna, precisamente porque las tecnologías actuales de realidad virtual surgieron de las técnicas de simulación y visualización científica. En principio, deberían ser consideradas como un nuevo tipo de artes miméticas, tan vilipendiadas por Platón. Sin embargo, Quéau señala con acierto que las tecnologías de realidad virtual, aun estando basadas en la simulación, no se reducen a ella, porque sirven para hacer cosas (la guerra, el comercio, la medicina, la investigación científica, la arquitectura, etc.) y porque, además, son construidas conforme a unas artes especiales (informática, diseño gráfico, electrónica, etc.). Dicho en nuestros propios términos, las tecnologías de realidad infovirtual no solo son ciencia y tecnología, sino también arte. Siendo escritura, como Quéau afirma, modifican el concepto de escritura, y no solo por producirse en soporte electrónico, sino también por las nuevas posibilidades que ofrecen. 

Una última mención a Quéau: 

Lo virtual es muy real, puesto que permite actuar sobre la realidad. simétricamente, lo real posee una cierta virtualidad, a la que aristóteles llamaba «potencia». Hay virtualidad en lo real y realidad en lo virtual. la paradoja aumenta cuando, en algunos casos, es posible decir que «lo virtual es más real que lo real». Como es sabido, la simulación virtual posee una realidad propia capaz de sustituir los eventuales déficits de la realidad real. Los militares y los cirujanos ya han sabido recurrir a esta «realidad aumentada».12 

Quedémonos con esta última expresión, en la que convergen nuestras propuestas con las de Quéau y con las de muchos expertos en realidad virtual, quienes hablan de realidad aumentada, en lugar de oponer dicotómicamente lo real y lo virtual, como hace lévy. los cirujanos pueden operar a distancia y guiar la mano del aprendiz haciéndose telepresentes en su casco estereoscópico e indicándole dónde debe rasgar con el bisturí y dónde no. Todo ello se hace a distancia, a través de redes telemáticas y recurriendo a tecnologías de simulación virtual. otro tanto cabe decir en el caso de los pilotos de aviones, tanques o submarinos, o de los controladores aéreos, o de otras muchas profesiones que utilizan cada vez más las tecnologías de realidad virtual. lo que nosotros llamamos tercer entorno es una realidad aumentada, porque en el nuevo espacio telemático son factibles acciones a distancia que resultan imposibles en los entornos naturales y urbanos en los que vivimos. En lugar de especular sobre un concepto filosófico a priori de virtualidad, lo que procede es analizar los cambios reales suscitados por las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, precisando las novedades estructurales y conceptuales que de ellas se derivan, en lugar de meterlas en el enorme cajón de sastre de la virtualidad. 

Extracto de ECHEVERRÍA, J. Entre Cavernas, de Platón al cerebro, pasando por internet. Madrid, Triacastela, pp. 95-102


 

1. Lévy, P. (1999): ¿Qué es lo virtual?, Barcelona, Paidós, pp. 13-14.
2. Ibídem, p. 14.
3. Deleuze, D. (1968) Différence et Répetition, París, PuF.
4. Lévy (1999), op. cit., p. 18.
5. 
Ibídem.
6. 
Ibídem, p. 20.
7. 
Ibídem, p. 30.
8. 
Ibídem, p. 32.
9. 
Quéau, Ph. (1995): «Le virtuel: un état du réel», en: Cohen-Tannoudji, G. (ed.): Virtualité et réalité dans les sciences, Gif sur Ivette, Ed. Frontières, p. 69.
10. 
Ibídem, pp. 69-70.
11. 
Ibídem, pp. 71-72.
12. 
Ibídem, pp. 73-74.

Imagen de la portada: Menina (1986) de Juan Carlos Eguillor et al.

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.